Es importante que Ángel Carromero tenga presente de cara a las negociaciones para salvar su vida en Cuba, o evadir una larga sentencia en las peores cárceles de la Isla, que el gobierno cubano no suele cumplir con sus pactos. Digo Carromero y en realidad me refiero al personal de la embajada española, claro, o a cualquiera que tenga acceso a su persona en los tiempos por venir, pues al joven político, incomunicado desde hace cerca de un mes, no lo dejan ni leer el periódico (el periódico de verdad, pues los “diarios” que hay en Cuba son sólo tristes imitaciones).
De manera que ni se le ocurra pensar que por ratificar la versión oficialista sobre el “accidente” en el que murieron los opositores Oswaldo Payá y Harold Cepero, como ya hizo en un video publicitado por el régimen, éste va a rebajar su eventual condena. Lo demuestra el hecho adicional –por si hiciera falta demostrar a estas alturas algo así— de que tras el susodicho video Carromero ha seguido incomunicado, sin derecho a fianza en espera de juicio. Cabe recordar que en Cuba, en casos similares en los que hay extranjeros implicados, a estos sólo se les retira el pasaporte con prohibición de salida del país en los aeropuertos, así que no hay razón alguna para mantener el régimen de incomunicación sobre el político del PP.
Carromero debe saber que tras efectuado “el juicio” y consumada la farsa –tras la promesa oficialista de que la sentencia será de unos pocos meses y a cumplir en una prisión para extranjeros si ratifica la versión del gobierno--, le aguardan nunca menos de cinco años en una de las tenebrosas cárceles para presos comunes con que cuenta la Isla, seguramente también en régimen de aislamiento, o casi, a la espera de que a algún preso común “se le ocurra la genial idea” de coserlo a puñaladas. La única oportunidad para él es que se revuelva contra sus secuestradores y exija su liberación a la espera de juicio. Recuérdese el caso Arnaldo Ochoa: El general, “Héroe de la República de Cuba”, pactó con los Castro una condena menor a cambio de ratificar la versión de los hechos que convenía a los hermanos, y terminó engañado y fusilado.
El régimen cubano apuesta por mantener a Carromero el mayor tiempo posible en Cuba, lo cual supuestamente le garantiza que el sueco Jens Aron Modig no abra la boca por temor a represalias contra el español. Ambos europeos deben saber, sin embargo –y con ellos todos los interesados en liberar al joven político del PP y esclarecer, de paso, la verdad en torno a la muerte de Payá--, que su única garantía de final feliz tiene como eje la transparencia. Tanto Modig como los compañeros de partido de Carromero, y el gobierno español, deberían establecer ya plazos para una prisión domiciliaria, o algo por el estilo, del imputado. O cesa en un plazo razonable el régimen de aislamiento y tortura sicológica al que es sometido Carromero, o su entorno comienza a hablar alto y claro. Y si Rajoy se acuerda de lo que representa y toma medidas contundentes, mucho mejor. El de la presión es el único lenguaje que delincuentes comunes como los que ahora mismo gobiernan la mayor de las Antillas entienden y acatan. Lo demuestra la reciente historia de Cuba.
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