martes, 10 de diciembre de 2013

Revolucionarios ayer, mendigos hoy

Es evidente el aumento de la mendicidad en las calles de Cuba. 




Este fenómeno resulta mucho más inequívoco en los principales centros urbanos. En algunos casos, se trata de jóvenes cuyo estado mental y físico es deplorable. De igual manera, hay borrachos crónicos, pidiendo dinero para comprar alcohol. Sobre todo, están en esta situación personas mayores y discapacitados. 




Tanto a unos como a otros se les puede encontrar, por ejemplo, a las puertas de las cafeterías en moneda convertible (CUC). En ciudades del interior del país, como Bayamo y Santiago de Cuba, se acercan y piden, en voz baja, algo de dinero. Pero en la capital abordan a las personas mucho más directamente. Los ancianos que hoy mendigan por toda Cuba fueron los jóvenes que apostaron su energía al sacrificio para el “futuro mejor” prometido. 




Hoy solo cuentan con una pensión irrisoria de menos de diez dólares mensuales, apenas unos harapos que ponerse, y los zapatos remendados una y mil veces. Cargan la peor parte de los años de crisis que siguieron a la caída de la subvención económica de la URSS. Algunos son veteranos de las “zafras del pueblo”, macheteros que cortaron, a sol y sereno, miles de arrobas de caña. Otros se jugaron la vida en guerras africanas de la dictadura. 




Incluso, algunos fueron en su juventud funcionarios de mediano rango, que luego cayeron en desgracia. Éstos rumian su amargura, mientras sus altos jefes se retiran, en silencio, a disfrutar, en algún país europeo, una vejez cómoda con el dinero robado. Aunque el país se nos cae a pedazos, el régimen sigue empeñado en convencernos de que, a pesar de lo que vemos, tenemos un “modelo de bienestar”. 




Mientras tanto, cada día son más los ancianos que hacen la cola mañanera del periódico para revenderlo. Otros sortean la represión policial, para vender un paquete de café o un tubo de pasta dental. Algunos se suman a los sabuesos del régimen en su tarea represora, a cambio de alguna limosna. Muchos, con la esperanza de alguna remesa, intentan “reconciliarse” con parientes que ellos mismos abuchearon aquel infame 1980. 



Para todos , por igual, su presente es producto de una estafa . La pensión apenas alcanza para pagar el almuerzo. Sus historias de premios, medallas y emulaciones casi siempre terminan con la caída del muro de Berlín. Los Castro vendieron gato por liebre.

















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