Boudou, Cristina y Capitanich |
Cuando un periodista le preguntó cuál era su relación con la Presidenta, Jorge Capitanich se aflojó el nudo de la corbata como si le faltara el aire. "Somos buenos amigos... A veces compartimos un mate (té de yerba)", se sonrojó el gobernador de la provincia de Chaco. El reportero no entendía por qué el interpelado actuaba como un adolescente pillado en falta. "Yo sólo quería averiguar el grado de afinidad política que había entre los dos. No tenía idea de los rumores que circulaban en torno a Capitanich y a Cristina Kirchner", contó, cuando ya había metido la pata a fondo.
Franco Lindner hace referencia a esta anécdota en 'Los Amores de Cristina', un libro que tiene como protagonista a la mujer más poderosa de la Argentina y de comparsas a algunos de los rostros más conocidos de la arena política. "Es la primera investigación periodística que se interna en el mundo menos explorado de la Presidenta; el de sus pasiones", indica la contratapa del libro, con un guiño de picardía.
Durante los festejos patrios del 25 de mayo del 2011, una mujer con el cabello revuelto avanzó profiriendo insultos al escenario desde donde Jorge Capitanich y su invitada, Cristina Kirchner, presidían la ceremonia. Los custodios no lograron detenerla. La esposa del gobernador, Sandra Mendoza se acercó a la Presidenta y estuvo un buen rato susurrándole al oído quien sabe qué cosas, para el espanto de la concurrencia. La huésped de honor se quedó hecha una estatua por el resto del acto. "Mendoza estaba enferma de celos. Tres días antes del escándalo, su esposo había regresado de Nueva York donde junto con la jefa del Gobierno había estado participando en la Cumbre de la ONU", cuenta Lindner, jefe de la sección de Política Nacional de la revista Noticia. Uno de los custodios sorprendió al gobernador entrando en horas de la noche al Four Seasons, el hotel donde se hospedaba Cristina.El entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), Miguel Ángel Toma, ni siquiera tomó nota del reporte. No era su tarea inmiscuirse en la vida privada de la señora.
Pero de algún modo, el episodio llegó a los oídos de Mendoza, quien ya sospechaba de que su marido y la inquilina de la Casa Rosada compartían algo más que las infusiones de mate.
Jóvenes y ambiciosos
En la introducción a su libro, Lindner describe a la presidenta de los argentinos como "la mujer que se rodea de ambiciosos y a menudo jóvenes funcionarios que parecen salidos de un casting de modelos".
El que mejor responde a dicha caracterización es el actual vicepresidente de la nación, Amado Boudou. En el 2008, un año después de asumir su primer mandato presidencial, Cristina lo puso al frente del Ministerio de Economía pese a las objeciones de su esposo Néstor Kirchner, quien dudaba de la idoneidad del "francesito", aficionado a la música electrónica y a las motos de alta gama. Kirchner supuso, con mucho acierto, que el carilindo economista había seducido a su esposa con la juvenil desfachatez de sus 45 años. "Lo que pasa es que estás celoso", sentenció la presidenta, dando por zanjado el asunto.
Dos años más tarde, los moradores del River View, un edificio ubicado en el exclusivo barrio de Puerto Madero, hallaron que el inmueble había sido invadido por un contingente de taciturnos muchachones que se empeñaban, sin éxito, en pasar desapercibidos. "No eran los custodios habituales de Amado Boudou. Estos otros pertenecían al dispositivo de seguridad de la presidenta. Los vecinos nos preguntamos qué haría Cristina a esas horas, en el apartamento del ministro", contó Sandra, una residente, al autor del libro.
La jefa del gobierno se apoyaba cada vez más en su ministro de Economía, no solo en el sentido figurativo de la palabra. En septiembre del 2009, uno de los empresarios que asistían a la ceremonia de concesión de créditos a las pymes en la Casa Rosada, tomó una foto en que la anfitriona aparecía con la cabeza recostada en el hombro de Boudou. "Parecía relajada y ajena a lo que ocurría a su alrededor. Por respeto a la presidenta no mostré la foto a nadie", contó el empresario a Franco Lindner.
Probablemente, a estas horas Cristina Kirchner se sienta arrepentida de haber designado a Aimé, como lo apodan sus amigos, como su número dos para las elecciones del 23 de septiembre del 2011. Poco después de que Boudou ocupara el cargo de vicepresidente, el Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) registró una conversación suya con un grupo de íntimos, en la que proclamó, textualmente: "Qué fea es Cristina sin maquillaje".
El 'videíto' llegó a manos de Máximo Kirchner quien irrumpió hecho una furia en el despacho de su madre. "Cómo vas a permitir que ese guitarrista te basuree", exclamó ante la mirada atónita de la presidenta y de uno de sus asesores, allí presente. Era demasiado tarde para apartar de su cargo a quien le había clavado un puñal en lo más profundo de su orgullo femenino. Pero a partir de entonces, cuenta el autor, Cristina Kirchner nunca volvió a recostar su cabeza en el hombro de Amado Boudou.
“–No te preocupes. Hoy mismo hablo con la mami y te arreglo el problema.
Amado Boudou soltó la frase con un tono de complicidad que su amigo detectó perfectamente del otro lado de la línea. “La mami” no era otra que Cristina Fernández de Kirchner, la Presidenta viuda y reelecta pocos días antes con el 54 por ciento de los votos. Y el amigo que escuchaba a Boudou y simulaba festejarle su desenfado era Jorge Brito, el banquero kirchnerista, ex menemista y dueño del Macro, la institución financiera a la que un sector del Gobierno acababa de culpar por la corrida cambiaria que le siguió al triunfo de Cristina en las urnas.
Brito hizo lo primero que se le ocurrió en ese momento: llamó a su amigo Boudou para defenderse.
–Me están matando –le dijo al flamante vicepresidente–. Vos sabés que yo no tengo nada que ver…
Y ahí fue cuando su amigo pronunció la frase confianzuda:
–Hoy mismo hablo con la mami y te arreglo el problema.
Lo grave del asunto es que se enteró la Presidenta. No fue por un trascendido, ni por algún testigo, sino porque escuchó la grabación de la conversación telefónica entre el vicepresidente y el banquero. Eso afirman cuatro fuentes del Gobierno, incluidos un funcionario que es amigo de Boudou, un dirigente de La Cámpora y un colaborador de la Secretaría de Inteligencia.
El funcionario que es amigo de Boudou resume lo que dan por cierto él y sus colegas del Gobierno:
–Sé que Aimé cayó en desgracia por los comentarios desubicados que hizo por teléfono.
Aimé es como llaman a Boudou sus amigos: es la traducción al francés de su nombre, Amado.
¿Cómo llegó la grabación a manos de la Presidenta? Las fuentes consultadas coinciden: primero fue Héctor Icazuriaga, el jefe de los espías del Gobierno, quien le acercó esa evidencia a Máximo Kirchner, el hijo presidencial. Icazuriaga y Máximo son inseparables: cada vez que el jefe de La Cámpora pone a alguien en su mira, el secretario de Inteligencia recaba las informaciones extraoficiales que el joven Kirchner solicita, como antes las solicitaba su fallecido padre”.
[…]
El miércoles 30 de noviembre del 2011, dos semanas después del desliz telefónico, la Presidenta sorprendió a todos cuando castigó en público a quien hasta entonces era su preferido.
–Bueno, vamos ahora con los conchetos de Puerto Madero –le cedió la palabra a Boudou en una videoconferencia que la encontraba a ella inaugurando un parque industrial en la localidad bonaerense de Berazategui, y a él en el barrio más caro de la Capital.
Boudou, contrariado, largó una risita y se animó a responder:
–No es solo para los conchetos de Puerto Madero, como usted dijo, sino que Puerto Madero se ha convertido en un paseo para miles y miles de porteños que los fines de semana vienen aquí a la Costanera Sur…”.
En otro fragmento del libro, Lindner cuenta otro momento clave de la relación de Boudou y Cristina, cuando aún vivía Néstor Kirchner.
“Hay una foto donde se ve a la Presidenta sentada al lado de su ministro de Economía en el anuncio de un plan de créditos para empresas pymes en el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada. Ella entrecierra los ojos, ladea su cabeza y la recuesta con confianza en el hombro de él. Está relajada, ajena a las miradas de los presentes. La sugerente imagen la sacó con la cámara digital de su celular uno de los empresarios invitados esa noche a la entrega de los llamados Créditos del Bicentenario. También había funcionarios y legisladores.
El empresario muestra la foto con gesto risueño y dice:
–No me animo a publicarla. ¿Se imagina si alguien se entera de que la saqué yo?
–¿Pero esta imagen qué demuestra?
–Bueno, ahí se ve alguna clase de intimidad entre ellos, ¿no?
La foto data del 29 de septiembre del 2010, apenas horas después de que la Presidenta y Boudou regresaran de una gira oficial por Nueva York que también incluyó a Néstor Kirchner, quien por entonces transitaba su último mes de vida”.
Otro de sus pasatiempos fue con el viceministro de Economía, Axel Kicillof.
El trío: Storani, Cristina y una amiga
Lindner también cuenta en su libro que el ex diputado radical Federico Storani recibió una osada propuesta por parte de una amiga en común con Cristina Kirchner. Storani asegura que declinó la invitación y nunca pudo comprobar si realmente la hoy Presidenta argentina habría participado de ese encuentro.
“–¿Y si la sumamos a Cristina?– le había preguntado su amiga.
Y Storani no sabía qué hacer.
Al cabo de un silencio interminable, lo asaltó un rapto de lucidez. Respondió:
–No, mejor no. Es para quilombo.
Su amiga le hacía propuestas cada vez más audaces, pero esta vez había llegado demasiado lejos. ¿Incluir a la diputada Cristina Fernández de Kirchner en algún encuentro tripartito? La amiga de Storani lo era también de Cristina, y pensó que podrían pasarla bien los tres juntos.
Dos respetables diputados de la Nación y una amiga en común, la rubia y sensual abogada de La Plata a la que Storani había conocido en aquel verano de 1998, y a la que Cristina frecuentaba desde sus épocas de juventud setentista en la capital provincial.
–¿En serio no querés, Fredi? –insistió ella.
–Mejor no –resopló él.
El diputado de la UCR y futuro ministro del Interior de la Alianza intuyó que era una mala idea. Su amiga solía perseguirlo en vano con ofertas osadas, le proponía juegos, triángulos y fantasías de alto voltaje, pero nunca antes le había hablado de Cristina. Storani era su colega en la Cámara baja y sólo habían intercambiado algunas palabras. Le parecía una mujer atractiva. Pero no estaba dispuesto a arriesgar su reputación y su familia.
–Estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan –la desalentó a su amiga.
La amiga de Cristina, pese a su insistencia, tampoco había logrado que el diputado cediera ante la tentación de sus propuestas cada vez más osadas. Storani le gustaba a ella, pero el provocador coqueteo nunca llegó a consumarse porque él la rechazaba con modos de caballero. Jamás se hubiera permitido un desliz. La única vez que se quedó dudando fue cuando ella ofreció:
–¿Y si la sumamos a Cristina?”.
Miriam Quiroga y Miguel Núñez, los amantes
Tras ser echada por Cristina, Miriam Quiroga, señalada como una de las amantes más antiguas del ex presidente Néstor Kirchner, trabaja en la redacción de un libro en el que narra la historia de su relación con el ex presidente. En esas páginas relata, entre otras cosas, una pelea que tuvo con Kirchner en la que le cuenta que su esposa, Cristina, y el entonces vocero, Miguel Núñez, mantenían una relación amorosa.
“–Ayer estuve con Cristina –le dijo el entonces Presidente, acaso para molestarla.
A lo que Miriam habría respondido, despechada:
–¿Ah, sí? ¿Sabés con quién estuve yo? Me tomé un café con Miguel Núñez.
–¿Con Núñez?
–Sí, para hablar de la estrategia comunicacional del Gobierno… Entre nosotros, no sé cómo lo tenés de vocero a ese tipo que te cagó con tu mujer.
La cara de Kirchner viró al rojo. ¿Realmente había habido alguna relación entre el vocero y Cristina? ¿O Quiroga sólo habría buscado vengarse por el comentario anterior de su jefe? Lo cierto es que Núñez, antes de ser el vocero del Gobierno, había desempeñado ese mismo papel al lado de la esposa de Kirchner en los años ’90, cuando ella ocupó sucesivas bancas de diputada y senadora en Buenos Aires, lejos de Santa Cruz.
Un ex amigo del vocero dice que alguna vez lo escuchó hacer algún comentario que alimentaba el malentendido:
–A Cristina la tengo comiendo de mi mano –asegura que le dijo.
La única persona que podría confirmarlo es el propio Núñez, pero no lo hizo: a pesar de trabajar de vocero, es famoso por no hablar con la prensa. Su carrera en el Gobierno terminó algún tiempo después de la charla entre Kirchner y Miriam Quiroga, a mediados del 2009, cuando el ex presidente pasó por arriba de la Presidenta y decidió que hacía falta un nuevo portavoz oficial. El elegido fue Alfredo Scoccimarro, el Corcho, quien se mantuvo a una prudencial distancia de Cristina”.
Las peleas con Kirchner
“El Cessna Citation de la gobernación volaba de Río Gallegos a Buenos Aires. A bordo iban Kirchner, Cristina y el vicegobernador de la provincia, Chiquito Arnold. Corría 1995 y por entonces el matrimonio viajaba seguido a la Capital para visitar al ministro de Economía de Menem, Domingo Cavallo, un amigo y aliado. En pleno vuelo, Kirchner leyó algo que no le gustó nada en la chimentera sección “La pavada” del diario Crónica: hablaban de una ostentosa gargantilla de 30.000 dólares que, según esa publicación, lucía su esposa, la flamante candidata a senadora nacional. El gobernador enfureció. Y delante de Arnold, alzó el brazo y le pegó a Cristina con el diario en la cabeza.
–¡Te dije que esas cosas no te las pongas nunca!
Cristina también enrojeció:
–¡Pero qué hacés! ¿Te volviste loco?
Estaba tan furiosa como él. Pero había un testigo y no atinó a responder el golpe. Estaban los tres juntos en un avión y no podían lanzar a Arnold con un paracaídas por la puerta para dirimir el asunto en privado.
Durante el resto del vuelo, ninguno volvió a hablar. La tensión era insoportable. El ejemplar de Crónica había quedado deshecho.
Cuando los Kirchner discutían y empezaban a levantar la voz, los colaboradores del matrimonio sabían que era el momento de emprender la retirada. Los dejaban solos. Pero a bordo del Cessna Citation no había forma.–Nunca vi algo parecido –recordó años después Arnold–. Él le pegó con el diario, como si fuera un perro”.
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